Como cuando eras pequeño, no te das cuenta de que tienes una herida
hasta que la ves con tus propios ojos. Te caíste y te levantaste
creyéndote inmortal, vulnerable, y de pronto alguien te grita: "¡eh! ¡te
sangra la rodilla!" Y te das cuenta de que a ti también te pueden
dañar, como ser de carne y hueso que eres.
Pero en el fondo te complace darte cuenta de la herida, porque eres
capaz de reaccionar para curarla antes de que la sangre corra por tu
piel y tu ropa, manchando todo de rojo carmín. Incluso te sientes
orgulloso, días más tarde, de la cicatriz que queda en tu piel, tu
propia "herida de guerra", porque te demuestra que saliste victorioso de
esa caída....
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